Las distracciones.
Éste es el primer escollo que se le presenta a la persona que empieza a practicar. Las distracciones, generalmente, son producidas por preocupaciones, sobre lo que se ha de hacer después, o lo que ha sucedido antes, o lo que se recuerda que hay que hacer el día siguiente, etcétera. Toda persona que se decide a practicar descubre esto enseguida.
Es muy fácil distraerse, y por mucho que uno quiera evitarlo, por mucho que uno se enfade, el mecanismo de la distracción sigue funcionando así o todavía más. ¿Qué debe hacerse para superarlo? Al hablar de la práctica indicaremos los preparativos necesarios para conseguir que estas distracciones disminuyan ya desde el principio; pero que disminuyan, no que desaparezcan, ya que no puede darse una fórmula fácil en este sentido.
¿Qué podemos hacer pues? Hay varias cosas que puede hacerse, pero la principal de todas es la indiferencia, el no dar importancia a las distracciones, no tratar de luchar contra las ideas que se interfieren en nuestro trabajo de concentración.
Si me encuentro de repente distraído pensando en las cosas que he de hacer al día siguiente, pues bien, que siga eso su camino, yo vuelvo otra vez a conectar mi atención hacia lo que es mi trabajo. Si en el curso de mi nuevo intento aparece como de refilón otra idea, bueno, pues que pase, yo sigo con lo mío. Si yo me propongo apartar las ideas una y otra vez, haré mucha gimnasia en relación a apartar ideas pero no haré nada de concentración. Es preciso que uno aprenda a dirigir su mente adonde quiere pero sin estar pendiente de prohibir el paso a todo el resto. Esto ya llegará, pero al principio uno no ha de pretender que todo se calle interiormente porque uno ha decidido no pensar en esto o aquello en aquel momento, no; uno ha de aceptar que por dentro hay cosas que se mueven. Bien, pues que se muevan; pero a pesar de que se muevan, yo quiero estar pendiente de esto que me interesa, por lo tanto debo dirigir la atención a esto (aunque pasen otras ideas).
Yo no debo ir tras las ideas como un niño que está estudiando y cuando pasa una mosca se queda mirando a ver dónde va la mosca; esto es lo que nuestra mente está haciendo constantemente. Pues bien, no debemos enfadarnos ni con la mosca ni con nosotros mismos, simplemente, sin perder tiempo volvemos tranquilamente al objeto de nuestra atención, y eso con una paciencia incansable.
En el trabajo interior nunca hay que utilizar la violencia, nunca hay que utilizar el mal genio ni la impaciencia, nunca hay que utilizar la voluntad de una manera crispada, porque con eso sólo conseguiremos tensionar, crispar los mecanismos internos, y quizá desarrollar un tremendo dolor de cabeza en lugar de la concentración.
Nuestra mente requiere ser manejada siempre con mucha suavidad, siempre suavemente pero con energía, con decisión. Es fatal para nuestra mente el querer reaccionar con enfado, con violencia, con exigencias. Por lo tanto, la forma de actuar ante las distracciones es, o no haciéndoles caso o si uno les ha hecho caso volviendo decididamente al objeto del ejercicio. Las distracciones, al principio son inevitables y uno ha de considerarlas como parte del trabajo; más adelante, cuando se empiezan a descubrir cosas, a tener experiencias interiores, entonces esto ya no representará un gran obstáculo, esto solamente ocurre al atravesar la primera etapa. Después uno empieza a tener unas vivencias, unos estados interiores muy concretos, y entonces al centrar su mente en aquellos estados que ya existen, que ya funcionan y que son fuertes, entonces aquello elimina, barre, toda esa cantera de distracciones que proceden siempre de una zona más superficial. Pero al principio no hay más remedio que tener paciencia con las distracciones y saber usar más de la suavidad que de la crispación.
El sueño
Ésta es otra de las dificultades en el trabajo interior. Puede ser que en el momento en que uno se disponga a iniciar la concentración empiece a bostezar; y puede ser que bostece porque realmente tenga sueño, ya que si una persona va atrasada de sueño lo más natural es que se duerma y además es lo más sano. Si éste es el caso, puede posponerse la práctica de concentración hasta que haya descansado lo suficiente para poder estar despierto y bien presente en el trabajo. Eso es lo recomendable para los principiantes; después, cuando ya se tiene más práctica se comprobará que se puede meditar incluso teniendo mucho sueño, pero al principio no es así.
Pero puede ser que el sueño aparezca solamente en los momentos en que uno trata de concentrarse, y que, en cambio, se encuentra enseguida despejado en cuanto se termina la práctica. Entonces, este sueño es sospechoso, este sueño parece indicar que no se produce por una necesidad orgánica, fisiológica, sino que es un modo psicológico de huir ante lo que aparece como un trabajo desagradable; es un modo de protesta, de rechazo. ¿Por qué cuando una persona se aburre, bosteza y se duerme? Porque rechaza aquello que no le gusta o no le atrae; entonces uno tiende a alejarse, a desinteresarse, o sea, a huir de aquello que le desagrada, y uno de los mecanismos que existen para alejarse es, precisamente, el sueño. Por lo tanto, en este caso, el sueño indica simplemente que la persona siente un rechazo, una protesta interior contra el ejercicio, aunque uno conscientemente lo desee, incluso aunque lo desee mucho. Cuando uno se encuentra con este tipo de sueño puede hacer dos cosas:
a) puede aprender a dialogar con su inconsciente para ver hasta qué punto existe el disgusto, y razonar con él como se razona con un niño pequeño que protesta y que no quiere ir a la escuela; o bien
b) se puede adoptar una actitud de autoridad razonada, y decir, por ejemplo: «tienes sueño, pero sé que este sueño es puramente una protesta, por lo que a pesar del sueño haré la práctica»; y entonces esforzarse en seguir haciendo el trabajo aunque uno tenga que pasarse todo el tiempo batallando contra el sueño. Esto funciona, y cuando se ha hecho algunas veces se descubre el curioso fenómeno de que de repente el sueño se va y uno se queda más despejado que nunca.
Otra situación en que aparece el sueño se da en las personas que no están acostumbradas a estar con los ojos cerrados si no es durmiendo, y por lo tanto cuando cierran los ojos para hacer meditación, simplemente por el hecho de cerrar los ojos eso les induce el sueño. En este caso pueden hacerse también dos cosas:
a) aprender a meditar con los ojos un poco abiertos, o abrirlos durante un rato mientras siguen con la práctica, pues al enfocar la vista en el exterior eso despeja, aleja el sopor;
b) hacer unas respiraciones más altas y algo más prolongadas, o sea que no sean sólo de la zona baja, abdominal, pues la respiración abdominal tiene un efecto sedante y por lo tanto ayuda a dormir; en cambio la respiración alta tiende a despejar, tiende a dar más energía consciente, y si la persona se obliga a hacer varias inspiraciones seguidas esto aumenta el caudal de oxígeno y por lo tanto estimula toda la mente consciente.
Otra forma sería ducharse, pero esto ya no es necesario explicarlo ya que todos conocemos esta experiencia.
Desgana.
Ésta es otra dificultad importante; hay días en que uno no tiene ganas de practicar. Cualquier cosa aparece como buena antes de estarse media hora inmóvil; uno piensa en que hay otras cosas que hacer. Contra la desgana yo creo que lo mejor es obligarse a hacer la práctica, incluso aunque uno lo pase mal, porque lo que debe verse claro es que se está adquiriendo un nuevo hábito, que se está tratando de insertar un nuevo modo de vivir en el ritmo habitual y que es natural que se manifieste una protesta, un rechazo -procedente de los esquemas mentales, de los hábitos, de la rutina-, antes de aceptar algo nuevo; por ello, pasados los primeros días en que la práctica representa una novedad, siempre se presenta un rechazo que se manifiesta muchas veces como desgana, y esta desgana frecuentemente utiliza unos razonamientos lógicos para justificarse. Uno debe ver esta trampa y de qué manera está tratando el yo mecánico de mantener su ritmo habitual y cómo se resiste a ser modificado.
Si uno quiere transformarse debe aprender a afrontar esto con decisión.
Afrontar significa seguir trabajando aunque uno no tenga ganas, aunque le parezca que durante la sesión de trabajo no aprovecha nada, que está perdiendo el tiempo; o sea, seguir trabajando a pesar de todos los argumentos que aporta la desgana.
Ausencia de progreso.
Ésta es otra de las dificultades importantes. Uno practica, practica, y no experimenta nada en absoluto de lo que le han dicho. Pero con frecuencia esta falta de progreso es sólo aparente; en realidad, siempre que uno está tratando de trabajar, progresa, es inevitable. Sólo el hecho de que yo me esfuerce en hacer algo en contra de mis hábitos, en contra de mi rutina, eso sólo, está desarrollando esta capacidad reactiva, esta reacción contra lo que es automatismo está desarrollando en mí un nuevo órgano, una nueva capacidad, aunque yo no vea ningún resultado inmediato; pero sólo por el hecho de que yo esté practicando, intentándolo una y otra vez, esto es lo que desarrolla. Casi podríamos decir -sin que ello sea cierto siempre- que las sesiones en las que uno no nota nada de particular pero en las que se está esmerando en hacerlo lo mejor que puede y sabe, son las sesiones de mayor progreso, de mayor eficacia, porque eso quiere decir que allí se está edificando en profundidad, que se está haciendo un trabajo profundo de re-educación. En cambio, otros días se pueden sentir unas sensaciones o unos estados muy agradables, pero aquello no es necesariamente una garantía de profundidad; puede ser, simplemente, que se haya tocado una zona relativamente superficial de la sensibilidad, por lo que uno se encuentra muy bien en estas sensaciones, pero eso no es indicativo de una transformación; puede ser excelente, aunque quizá se ha aprovechado más el tiempo otro día en que no se ha sentido nada pero se ha estado creando algo realmente nuevo dentro de sí.
Por lo tanto, no juzguemos nunca la eficacia de unas prácticas por lo que sentimos mientras las hacemos. A la larga, siempre notaremos resultados concretos durante la práctica y después de ella, esto es algo inevitable.
Y si no se notan resultados es que el trabajo se realiza mal; ésta es otra posibilidad: el que no exista progreso por algún enfoque erróneo de las prácticas. En este caso es cuando se hace más evidente la necesidad de seguir una dirección, de tener alguien que sea capaz de controlar el trabajo de la persona y de aconsejarle de un modo preciso para ayudarle a salir de los atascos interiores, a corregir actitudes deficientes, y también para animarle en un momento determinado. Solamente puede ejercer esta función alguien que tenga una experiencia real; no busquemos nunca consejo ni siquiera la opinión de personas que han leído mucho, que hablan mucho, pero que no han practicado, porque será desacertada. Éstas son cosas que pueden ser conocidas por teoría, pues existe mucha información, pero para poder orientar, para poder dar la norma precisa en el momento preciso, sólo puede hacerlo la persona que sepa detectar lo que ocurre, por qué ocurre y lo que conviene hacer en una fase determinada, y esta dirección sólo puede aportarla alguien que tenga una auténtica experiencia en estos temas y que realmente viva el trabajo interior.
📖 Antonio Blay, El trabajo interior.
Practica de Centramiento, por Maria Pilar de Moreta.
Meditación guiada 22 minutos.
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